Hemos visto la importancia del contacto físico para los bebés y su relación con la salud, el crecimiento, la maduración temprana del cerebro, la ausencia de estrés y el sueño. Pero la cercanía y la proximidad física guardan también una relación directa con un aspecto que será además determinante en su futuro emocional. El APEGO.

El apego, entendido como el vínculo afectivo originado durante el primer año de vida entre el bebé y su madre o padre, tiene un efecto duradero y poderoso.

Según muestra la evidencia científica de los últimos años,- en especial en campos como la psicología y la neurociencia-, la calidad del apego determina en gran medida el tipo de vida que tendrá la persona. Sus amistades, su pareja, sus relaciones sociales o incluso el tipo de trabajo que desempeñe, serán una manifestación más del apego establecido cuando era tan solo un bebé.

Las personas con apego seguro se caracterizan por tener una buena imagen tanto propia como de los demás, considerándose dignos de amor y respeto, y a los demás dignos de confianza (Jacobsen, y Hoffman, 1997).

Los portabebés favorecen el apego seguro (Anisfeld et al, 1990).

Las conclusiones del estudio experimental llevado a cabo por Anisfeld en 1990, pusieron de manifiesto que el uso de portabebés promovía el apego seguro en los bebés, por encima de aquellos llevados en carritos.

Las investigaciones de Anisfeld pretendían probar la hipótesis de que un mayor contacto físico con el bebé favorecía el desarrollo del apego. Para ello, asignó al azar 2 grupos de madres: un grupo experimental al que se le entregó un portabebés y un grupo control que recibió un carrito para transportar a sus hijos.

Al año, los bebés que habían sido llevados en portabebés habían desarrollado en mayor medida un apego seguro con sus madres. Las conclusiones de este estudio evidenciaron la relación causal entre el aumento del contacto físico logrado a través del uso temprano de un portabebés y el posterior desarrollo del apego.

El apego y sus consecuencias a largo plazo

La teoría del apego, formulada por John Bowlby a mediados del siglo XX, ha sido y sigue siendo una de las teorías más influyentes en psicología. Las últimas investigaciones ponen de relieve que la calidad del vínculo temprano tiene influencia en aspectos tales como la cognición, las habilidades sociales, las respuestas emocionales, el comportamiento y la personalidad.

Cognición.

Diversos estudios experimentales han demostrado la relación directa entre un mayor apego en la infancia y mayores habilidades cognitivas más adelante (Landry et al 2003; 2006).

Un estudio británico con niños de 3 años provenientes de familias de clase media, demostró que los niños con apego seguro, anotaban 12 puntos más en el test de inteligencia de Stanford-Binet (Crandell y Hobson, 1999). Otro estudio de seguimiento de 108 niños franco-canadienses encontró que los niños con vínculos más seguros puntuaban más alto a los 6 años en comunicación y desarrollo cognitivo, y a los 8 años mostraban mayores motivaciones para dominar nuevas habilidades (Moss et al 1998).

Según A. N. Schore, el "vínculo" o "apego" afecta directamente a la parte derecha del cerebro, que regula todos los mecanismos relacionados con el control de las emociones y el desarrollo de la memoria (A. N. Schore 2002).

Las investigaciones sobre el desarrollo del cerebro, han demostrado que las relaciones tempranas del bebé influyen de forma definitiva en la evolución de las estructuras cerebrales responsables del funcionamiento socio-emocional del individuo para el resto de su vida (Schore, 1994).

Comportamiento, personalidad, habilidades sociales y respuestas emocionales.

Según diversas investigaciones, los bebés que disfrutan de un vínculo seguro con su figura de apego, desarrollan mejores habilidades motrices (Matas et al, 1978) y son a los 12 meses, más curiosos, independientes y capaces de explorar por su cuenta (Waters et al, 1979).

De niños resultan ser más competentes, empáticos, resistentes y seguros de sí mismos, se llevan mejor con otros niños y son más propensos a formar amistades cercanas. Destacan también por ser más autónomos, cooperadores, y más constructivos e independientes, buscando la ayuda de los profesores sólo cuando la necesitan (Arend et al, 1979; Elicker et al, 1992; Jacobson y Wille, 1986; Youngblade y Belsky, 1992; Verschueren et al, 1996, Fagot, 1997, Kerns et al, 2007; Sroufe et al, 1983).

Los niños con historias de apego seguro, disfrutan por lo general de un estado de ánimo más positivo, una mejor regulación de las emociones y mayor bienestar psicológico (Davidov y Grusec, 1996; Kochanska y Murray, 2000). También muestran mayor resistencia a situaciones de estrés, tanto ordinarias como extremas y mayor seguridad al enfrentarse a la presión grupal (Thompson, 2000).

Por lo general, estos niños son capaces de regular mejor las emociones tanto positivas como negativas (Davidov y Grusec, 1996) y muestran menos problemas de conducta de internalización y externalización (Moss et al 1998). También están capacitados para mostrar más empatía, conducta pro-social y mayor conciencia y moral (Davidov y Grusec, 1996; Kochanska y Murray, 2000).

Numerosos estudios han concluido que existe una relación positiva entre el desarrollo del apego materno-infantil en los primeros años de vida y la competencia social en los niños más adelante (Coleman, 2003; Lieberman et al, 1999; Wartner et al, 1994). En primaria, los niños con apego seguro son significativamente más aceptados y apreciados por sus compañeros, más sociables y tienen más amistades (Kerns et al, 1996). Durante la etapa escolar, los niños con apego seguro tienen mejor relación con sus compañeros y profesores (Henry, 1993). Las relaciones de estos niños con sus padres son también más armónicas, y son más cooperativos y cariñosos con ellos (Londerville y Main, 1981, Matas et al, 1978; Thompson, 2000). También interactúan de manera más positiva con sus profesores y compañeros y tienen mayor capacidad para resolver conflictos (Elicker et al, 1992).

En la adolescencia, los estudios arrojan resultados similares, y estos individuos resultan ser los que disfrutan de mejores relaciones con sus compañeros y profesores (Heide y Solomon, 2006; Levy y Orlans, 2000).

En cuanto a las relaciones de pareja, según diversas investigaciones, las personas que en la infancia han desarrollado un apego seguro, tienen más probabilidades de establecer relaciones amorosas satisfactorias y estables en la edad adulta (Feeney y Noller, 1990).

Según Cook, el vínculo/apego seguro conduce por lo general a una vida más feliz (Cook, 2010).

Alan Sroufe. Un estudio longitudinal sobre los efectos del apego

El estudio longitudinal llevado a cabo por Alan Sroufe, psicólogo de la Universidad de Minnesota, recogió y analizó información a lo largo de 35 años de un grupo de familias de Minneápolis (Sroufe et al, 2005).

En 1970, los investigadores observaron a los bebés de 1 año con sus madres en la Situación Extraña, para determinar el grado y el tipo de apego establecido, y luego recolectaron información sobre estos niños hasta la edad adulta (2005).

En la etapa preescolar, los niños que habían sido identificados cuando tenían 12 meses como bebés con apego seguro, fueron calificados por sus profesores como más felices, competentes y menos dependientes y negativos. También eran más populares y apreciados entre sus compañeros, disfrutaban de mayor autoestima y mostraban mayor empatía con aquellos que les rodeaban.

A los 10 años, los niños que habían construido un vínculo seguro en la infancia, recibieron calificaciones más altas en habilidades sociales, autoestima, salud emocional, y autoconfianza, y continuaban siendo menos dependientes. También habían hecho más amigos y habían pasado más tiempo con ellos.

De adolescentes, eran más propensos a ser líderes en sus grupos sociales y tenían relaciones de pareja más estables y duraderas.

Las diferencias continuaban siendo significativas en la edad adulta y estos individuos resultaron ser los que reportaban mayor satisfacción en sus relaciones románticas.

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REFERENCIAS

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